Felipe Alcaraz presentó, acompañado de Susana Oviedo y de Julia Hidalgo, su nueva novela, La Conjura de los poetas, una biografía novelada sobre el poeta granadino Javier Egea, fundador de la denominada otra sentimentalidad, movimiento que más tarde recibiría -una vez corrompidas y traicionadas sus bases materialistas- el nombre de poesía de la experiencia. Alcaraz defendió que su novela biografiada sobre Javier Egea trata de devolverle el lugar que éste merece en la poesía española, porque Javier Egea -se dijo- fue borrado para que otros brillaran.
Mundo Obrero: Se habla en la cubierta de biografía novelada, ¿qué es «La conjura de los poetas»?
Felipe Alcaraz: Sí, es una crónica novelada, o una novela biográfica con nombres reales. En todo caso es un texto que entra en un debate público y publicado, que afecta al proyecto literario de Javier Egea, y cómo se vio afectada su vida, que terminó en suicidio; y que afecta también al debate, en el terreno literario, entre marxismo y posmodernidad. Me refiero a esa modernidad que se inaugura en 1982, si queremos poner fechas, donde se traslada que el neoliberalismo, o una cierta versión de la socialdemocracia, es el fin de la historia, que más allá hay dragones. Discurso único que se potencia mucho a partir de 1989 con la caída del Muro.
M.O.: Pero el texto gira fundamentalmente en torno a la figura de Javier Egea y a cómo concibe la nueva poesía, la poesía «otra».
F.A.: Bueno, quiere ser la biografía no de los detalles de su vida, y mucho menos de su vida privada, sino de su proyecto literario y cómo se produjo, y hasta dónde llegó. En 1980 se encierra en la Isleta del Moro, una agrupación de casas, frente a un mar inabarcable, situada en el mítico Cabo de Gata. Allí sintetiza literatura y marxismo. Es decir, frente a la poesía lírica en base al yo libre y ficticio de la burguesía, sitúa la posibilidad de una poesía concebida desde el punto de vista de la explotación. Una poesía que para nada habla del realismo socialista ni de una concepción panfletaria. Se trata del intento de una lógica poética «otra» y, a la vez, de la construcción de un inconsciente ideológico antidominante. Y redacta entonces muchos de los poemas del libro TROPPO MARE, que se publicará en 1984, dos años después de la publicación de PASEO DE LOS TRISTES, que son los dos libros fundamentales de esta poética y dos de las cumbres de la poesía de finales del siglo XX. En todo caso dos exponentes de una nueva poesía, de estructura materialista.
M.O.: Todo esto se cuece en aquella Granada de los 80 y a través de las reuniones de un grupo de gente en el bar La Tertulia.
F.A.: Sí. ¿Y por qué en Granada, y precisamente entonces, y por qué a partir de 1982 Egea se queda progresivamente aislado?
M.O.: En el fondo es la historia de un aislamiento, de una soledad.
F.A.: Soledad es una palabra clave en su vida y en su obra, desde Góngora, de quien tanto bebió al principio, hasta la última antología que preparó, aún inédita, y que iba a llamarse «Soledades». Por cierto, que empieza a publicarse su obra completa en Octubre-Noviembre, después de mucho tiempo casi desaparecido de las librerías.
M.O.: ¿Por qué en Granada y en aquel momento?
F.A.: Bueno, en Granada (que, por cierto, es una ciudad que siempre mata a sus poetas, como dice mi editor Manuel Pimentel) se da una especial condensación de hechos: no sólo el hervor poético de siempre, sino la existencia de poetas como Pablo del Águila o, sobre todo, la existencia de un profesor, Juan Carlos Rodríguez, que en el pórtico de todo aquello publica un libro fundamental: «Teoría e historia de la producción ideológica», y que tiene largas conversaciones con Egea y los poetas de lo que empezó a llamarse la «otra sentimentalidad». Aparte del funcionamiento de la célula Gramsci o la influencia del marxismo no estructuralista ni humanista de Althusser, que visita Granada y da una conferencia ante 5.000 alumnos. Y Egea es el producto de todo este precipitado histórico e ideológico, y a su vez el autor de una poesía por fin materialista.
M.O.: Pero después todo ello se viene abajo. ¿Qué significó realmente la llamada «poesía de la experiencia»?
F.A.: Desde el principio había dos discursos. Uno de ellos el marxista que, a mi juicio, mantienen hasta el final Egea, Juan Carlos y la poeta Ángeles Mora, que hace una poesía nómada. El otro era el de un nuevo realismo que «cotidianizaba», a través de la corteza de los días, la concepción poética. Como dijo uno de los poetas de la experiencia, se trataba de una poesía media, digerible, en consonancia con las clases medias que habían emergido con el triunfo arrollador (el PCE parecía haber llegado a su estación final) del PSOE en l982. A partir de ahí levanta el vuelo esta especie de postmodernidad que marcará una norma literaria hegemónica y que en el fondo se trata de una norma de mercado; de hecho toda la literatura entra en una gran resaca comercial. Los escritores se convierten en marcas registradas, en valores de una cierta bolsa. Y quien no se adapta, como en el caso de Egea, se queda solo. Una de las frases de Egea, escrita en el último periodo en un resto de folio, decía: «Los solitarios son esos que le dicen a su amada: me quedo solo, pero no me vendo».
M.O.: ¿Estamos hablando de un héroe?
F.A.: No exactamente. Pero sí hablamos de alguien que no quiso atender a la voz de las sirenas, que le cantaban desde el mercado. Hablamos de alguien que no quiso normalizar ni su vida ni su obra.
M.O.: Se habla mucho de norma, normalizar… personas normales.
F.A.: Sí, es la homogeneización dictada por la posmodernidad: en el fondo una exaltación de la mesocracia que, sobre todo, apunta a la superación de todo discurso de clase. En realidad estamos hablando del capitalismo posmoderno.
M.O.: Terminamos. Como dice uno de sus poemas: ¿Sabes usted quién mató al Sr. Egea?
F.A.: Él se quiso quitar de en medio y lo consiguió. Que nadie piense en asechanzas de otros o en enfermedades propias. Ni hubo salida romántica ni se disparó una bala que iba también contra otros. Fue un acto sencillo, laico, definitivo. Y ya está.